Amor por las raíces

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Tatiana Esmeralda Delgado Sanjur

En la comarca Ngäbe-Buglé, cerca de la provincia de Chiriquí, nació una niña indígena llamada Malvina, con un carisma especial, siempre alegre y positiva ante la vida. Debido al trabajo de sus padres, la familia se trasladó a la ciudad de Panamá. El equilibrio entre su escuela en la ciudad y la vida rural fue indescriptible para ella, ya que se sentía dividida entre dos mundos que amaba profundamente y que definían su identidad.

En el Instituto Nacional de Panamá, Malvina conoció a compañeros más sociables, lo que le dio la confianza suficiente para superar su timidez. Esto fue un cambio notable, ya que, aunque su infancia fue hermosa, tranquila y segura en su pequeña escuela rural, la enseñanza allí era diferente. Sus padres, quienes fomentaron un alto nivel de educación en ella, le proporcionaron acceso a conocimientos avanzados, lo que le permitió destacar en áreas como tecnología e infraestructura, propias de un entorno urbano. Sin embargo, en el campo, solo podía acceder a colegios con pocos profesores, quienes, a pesar de su calidad profesional y humana, debían enseñar todas las materias a un mismo grupo.

A sus compañeros de la "élite citadina", como los llamaba, les relataba cómo transcurrieron sus días de infancia de asombro en asombro, al nacer en un entorno rural y crecer en la comarca, rodeada de berridos, relinchos y el canto de las cigarras. El campo le proporcionaba una sensación de hogar; muchas veces se despertaba con el aroma fresco de la comida cocinada en leña, disfrutando de espacios tranquilos y verdes, con la fortuna de respirar aire puro y escuchar el sonido incesante de un río cercano.

Recordaba las tardes en que toda la familia se reunía al aire libre alrededor de una mesa, narrando cuentos mientras la tía Juana preparaba un exquisito tamal y un rico sancocho. Le encantaban los aromas campesinos y la rica sazón con el toque mágico de la leña.

En la comarca, vivía emociones intensas. En una ocasión, durante una tarde muy aburrida, su primo Agustín y ella, escondidos del tío Tule, tomaron un caballo y lo llevaron lejos, a una peña. Fueron tan valientes que se montaron en aquel caballo cerrero sin disponer de montura, atado solo con una soga. Al percibir que el caballo iba muy lento, el primo, de manera brusca, le lanzó una piedra, lo que provocó que el animal comenzara a relinchar estruendosamente.

Los primos perdieron el control, y el caballo se desbocó, corriendo de forma veloz hasta que perdió el equilibrio. Soltaron la soga y cayeron, pero, lamentablemente, el pie de Malvina quedó enredado, siendo arrastrada por todo el camino empedrado. Su espalda recibió el impacto de las piedras, que rasgaron toda su piel, causándole múltiples heridas.

Después de aquel episodio de terror, Malvina nunca más volvió a hacer algo similar, ni siquiera acompañada por el jinete más experimentado.

Con las anécdotas de mi compañera, reflexiono en que lo más hermoso de la vida es recordar nuestras raíces, ya que son nuestra esencia y definen nuestros valores.

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