El sueño americano de Camila y John Jairo

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Jair Ramos

Oriunda del oeste de Colombia, en la región montañosa y cafetera de Pereira, Camila llegó a la ciudad de Panamá en 2020. Estableció un puesto de perros calientes y vendía las mejores arepas colombianas en Arraiján.

Cada noche, mi vecino John pasaba por el puesto de Camila para comprar un hot dog, pero lo hacía especialmente para admirar a aquella escultural trigueña de estrecha cintura y bella sonrisa.

Mientras estuvo en el Istmo, Camila fue una guerrera que luchaba por sacar adelante a sus cuatro hijos (tres jóvenes y uno menor de trece años). Mensualmente, enviaba dinero a Colombia para poder mantenerlos. Con el tiempo, John Jairo le demostró tanto amor que no le importó que Camila trabajara en un burdel por las noches. Ella aseguraba que lo hacía por necesidad, para lidiar con su difícil situación económica.

John tenía tres hijos en Venezuela de un primer matrimonio y siempre se mantuvo al tanto de ellos.

Camila y John decidieron casarse a inicios de 2022. Compraron una casa en Panamá Oeste y, con los ahorros que John había guardado de la venta de su taxi, comenzaron su nueva vida juntos.

John Jairo tuvo diversos trabajos: en el depósito de un almacén, en un restaurante de comida italiana, haciendo repartos a domicilio y como conductor personal de dos familias distintas. Por su parte, Camila trabajó como cajera en un almacén de un centro comercial y atendiendo una cafetería en la Avenida Balboa.

A través de su amigo Miguel Ángel, John Jairo consiguió que Camila dejara la cafetería para trabajar en su casa. Sin embargo, la joven solo aguantó dos semanas en lo que consideró un infierno. La madre de Miguel, Dorita, la humillaba, la exhibía, la desacreditaba y la ofendía llamándola "colombiana prostituta". A pesar de que esto le afectaba, Camila prefería quedarse callada porque se trataba de una señora mayor de 89 años y necesitaba el trabajo.

Preocupado por la situación, John Jairo decidió emprender un viaje con Camila hacia Estados Unidos. Lo hicieron por tierra, pasando por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México, y finalmente estableciéndose en Wisconsin. Hoy, ambos trabajan, y el hijo de Camila, Sebastián, estudia el noveno grado en una escuela en ese país norteamericano.

Actualmente, la pareja lleva una vida tranquila, con menos preocupaciones y mayores satisfacciones. Están en proceso de legalizar sus documentos, incluyendo la residencia, para actualizar su estatus migratorio. Se alegran de no tener que soportar más ofensas ni malos tratos, y su situación económica ha mejorado. Juntos, con mucho esfuerzo y sacrificio, lograron alcanzar el “sueño americano”.

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