La población mundial está en constante aumento, pero al mismo tiempo, la sensibilidad humana continúa deteriorándose.
Según el informe anual de perspectivas de población de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la población mundial asciende actualmente a 8200 millones de personas y se espera que alcance su máximo en la década de 2080, con aproximadamente 10 300 millones. Más allá del reto económico que supone este crecimiento, es fundamental aprender a convivir en armonía.
Muchos jóvenes hoy en día se enfocan en temas superficiales, como la farándula, dejando de lado cuestiones importantes como la pobreza, el racismo y otros problemas que afectan a la sociedad. Rara vez se detienen a reflexionar sobre lo que ocurre en las comarcas o cómo las personas pobres están siendo cada vez más marginadas.
El acoso es otro tema preocupante al que los jóvenes deben prestar atención. Según los últimos datos de UNICEF, uno de cada tres estudiantes de entre 13 y 15 años en todo el mundo experimenta acoso, y una proporción similar participa en peleas físicas. Además, tres de cada diez estudiantes en 39 países industrializados admiten que acosan a sus compañeros.
En particular, tres jóvenes se convirtieron en ejemplos vivos de estas burlas y discriminaciones: Juan, José y Sara. José era objeto de burlas por su cuerpo y cabeza; Juan, por sus largas piernas, y Sara, porque padecía cáncer. A pesar de ser personas de buen corazón y con alta autoestima, no podían evitar ser el blanco de las risas de otros jóvenes.
José y Sara, venezolanos, habían llegado con sus padres a la ciudad de Panamá hacía casi un año, sin dinero. Para su familia, era sumamente difícil encontrar una fuente de ingresos que cubriera las necesidades básicas. Cada vez que acudían a diferentes comercios en busca de trabajo, eran rechazados debido a su estatus migratorio. Si lograban comprar comida, no quedaba suficiente para medicamentos, y, para colmo, el padre de José sufría del corazón y tuvo que someterse a exámenes médicos, gastando así todos sus ahorros.
La situación de la familia de Juan era igual o peor que la de José y Sara. Cuando conseguían dinero para pagar la hipoteca y comprar comida, no alcanzaba para cubrir las facturas de electricidad.
Juan, José y Sara son mis amigos. Una vez, fuimos de paseo por la ciudad en el Día del Niño, acompañados por mi madre. Todos experimentamos un momento de felicidad que fue ensombrecido por las críticas de otros niños que me juzgaban por salir con ellos. Este hecho dejó una profunda huella en mi vida y despertó en mí el deseo de ayudar a las personas necesitadas, haciendo voluntariado en fundaciones dedicadas a estos temas sociales.
Cada ser humano merece ser respetado, sin importar su aspecto físico, sus habilidades, su nivel socio-económico, su cultura o sus capacidades intelectuales. ¿Por qué reírse de ellos, si ningún niño o joven tiene la culpa de los problemas que enfrentan?
Tenemos que ser conscientes de que, al burlarnos de otros, les hacemos daño y herimos sus sentimientos; mientras nosotros nos reímos, ellos lloran, causándoles tristeza e infelicidad. Como jóvenes, que somos el futuro del mundo, debemos aportar nuestro granito de arena, respetando a los demás y aceptándolos tal y como son.
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