Las dos caras del éxodo venezolano

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Santiago Arrollo Infante

Nací en Zulia, Venezuela, en un pueblo llamado Bachaquero. Mi país no atraviesa un buen momento, lo que ha llevado a muchas personas a migrar a diferentes lugares. Aunque se supone que era feliz, desde mi niñez mis familiares comenzaron a irse a otras latitudes, y ya no los veo.

Lo que más me afectó fueron las idas y venidas de mi papá. Él trabajaba en Panamá durante tres meses y luego regresaba a Venezuela por el mismo lapso. Creo que esta situación es una de las causas de mis problemas actuales: a medida que fui creciendo, veía cómo las personas que amaba se alejaban de mi vida, una tras otra. Mi existencia se volvía cada vez más aburrida y triste; todo era repetitivo, aun siendo un niño, y no podía hacer nada al respecto.

En 2018, mi familia y yo planeamos viajar a Panamá en busca de una vida mejor. Sin embargo, tuvimos que esperar hasta 2021 para completar el visado. El proceso fue complicado: un día, mi padre anunció que, además de los boletos de ida, debíamos reunir el dinero suficiente para comprar los pasajes de regreso a Venezuela. Entonces, me invadieron las preguntas: ¿Cuándo me quedaré definitivamente en Venezuela? ¿Volveré a ver a mis familiares y amigos? ¿Lograré adaptarme al nuevo lugar? Surgían más y más interrogantes.

La mayoría de mis familiares estaban repartidos entre Colombia y Perú; solo tenía una tía en el Istmo, lo que significaba que tendría que empezar desde cero en un país desconocido. Esto me aterraba, aunque no lloré; sabía que mis padres lo hacían por mi bien. Tuve que aceptar y dejar la tierra donde aprendí a caminar. Emprendimos esta travesía, primero mi padre y yo, y luego mi hermana y mi madre nos siguieron.

Mi mamá sabía que me costaría adaptarme a un nuevo entorno, a una escuela diferente, a hacer nuevos amigos; pero traté de mantenerme positivo respecto a mi nueva situación. Al enterarme de la fecha del vuelo, realicé muchas actividades que sabía que no podría hacer en mucho tiempo: recorrí por última vez las calles de mi pueblo, visité a los amigos que aún permanecían en Venezuela, conversé con mis vecinos y me despedí de la casa familiar donde dejé todos mis recuerdos y sentimientos. Hasta el día de hoy, guardo esas memorias como tesoros.

El día cero llegó: 22 de enero de 2022, a las 10:11 de la noche. Estaba preparado para partir. Me despedí de mi abuelo paterno y de mis tíos, quienes me hicieron reír y me dieron muchos consejos. Todavía recuerdo ese momento y cómo estaban sentados. Después llegó el turno de mis abuelos maternos. La escena en la puerta de la casa fue muy triste cuando mi abuela me dio el abrazo más largo del mundo, que nunca olvidaré; solté varias lágrimas y la voz se me quebró.

Llegamos al aeropuerto de Maracaibo a las 4:00 a. m. El vuelo hacia Panamá partiría tres horas después. El trayecto duró 60 minutos.

No me arrepiento; aunque me costó adaptarme, amo este país multicultural que nos ha abierto sus puertas. Confío en que el tiempo de Dios es perfecto y que algún día retornaré a mi patria.

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