Puñales retorcidos en forma de palabras

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Janus Jaen

Desde pequeño he escuchado sobre la discriminación, que consiste en dar un trato distinto a una persona o grupo, a pesar de que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. Esta desigualdad causa un gran daño a las víctimas.

Según la Organización de las Naciones Unidas, “discriminar significa seleccionar excluyendo; es decir, dar un trato de inferioridad a personas o grupos a causa de su origen étnico o nacional, religión, edad, género, opiniones, preferencias políticas y sexuales, condiciones de salud, discapacidades, estado civil u otra causa”.

Mi abuelo, Carlos Abadía, a quien siempre he admirado por su personalidad y por ser un trabajador dedicado, me contó una historia sobre discriminación que él mismo vivió. Un hermoso día del año 1968, lo contrataron para un nuevo empleo; sus actitudes y habilidades lo llevaron a trabajar en un país extranjero, comenzando así una travesía hacia lo desconocido. Se enteró de que debía viajar a un continente en el que nunca había estado, ya que había pasado toda su vida en Panamá; tenía que trasladarse a nada más y nada menos que a África.

La sorpresa fue grande, pero más grandes eran sus ganas de ganar un buen dinero para ayudar en casa a su madre, la señora Bere, y a sus hermanos. Después de un periplo de tres largos días en diferentes medios de transporte, lo esperaba el gerente de una compañía para explicarle su trabajo exacto como capitán de un barco con catorce tripulantes.

Tenía claro su objetivo: manejar la nave hacia los puntos estratégicos de pesca y regresar al puerto con la carga de peces y camarones, y con su tripulación sana y salva. Mi abuelo narra que la labor a bordo para los tripulantes era sencilla: solo tenían que capturar camarones, quitarles la cabeza y empacarlos en bolsas de 10 libras; luego, los congelaban en el barco, al igual que los peces, hasta alcanzar la meta de ocho mil libras.

Cada jornada duraba entre catorce y dieciséis días, dependiendo del área de pesca. El trabajo iba bien, pero se llevó un mal sabor de boca con sus trabajadores. Al ser de tez negra, los demás pensaron que era un africano más; pero al escucharle hablar, se dieron cuenta de que era un extranjero, y se convirtió en blanco fácil para las burlas por no hablar bien ni inglés ni las lenguas locales.

El señor Carlos soportó siete largos años de discriminación debido a su origen y a la falta de dominio del idioma. Estar lejos de casa, preocupado por su familia y siendo víctima de acoso laboral, lo hizo sentir muy mal; pero esto no lo detuvo y siempre siguió adelante.

La historia de mi abuelo me hace reflexionar sobre la importancia de ser empáticos con los demás para construir un mundo mejor. No debemos permitir que el color de piel ni las circunstancias definan quiénes somos.

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