Resguardar con orgullo y valentía nuestras raíces

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Mairelys Cristel Ceballos Díaz

A veces reflexiono sobre las injusticias que han sufrido algunas personas, muchas de ellas provenientes de nuestros pueblos originarios, como es el caso de mi vecina Dora.

Dora es oriunda de la comarca Emberá Wounaan, en la provincia de Darién. Tiene cuatro hijos, uno de ellos es Jorge, un pequeño de cuatro años.

Me parece muy injusto que algunas mujeres indígenas, como Dora, sean educadas desde temprana edad para convertirse en esposas, y que al casarse se vean obligadas a tener muchos hijos debido a su cultura. Incluso, para estudiar, deben pedir permiso a sus padres, aunque la mayoría está tan apegada a sus costumbres que considera esa solicitud casi imposible.

Los jóvenes de los pueblos originarios también enfrentan dificultades, como es el caso de un compañero llamado Álex, quien estudia en el Instituto Nacional de Panamá. Él sufre agresión y acoso. Aunque siempre bromea y parece no mostrar señales de que le afecte que le llamen "cholo" o "indio", desde mi punto de vista, esas palabras son muy hirientes y causan un gran daño emocional.

Como él, hay otros estudiantes que han tenido problemas de acoso escolar. En el caso de Álex, la situación llegó a oídos de la rectoría del plantel. Cada día lo notaba más decaído. Comenzó a llegar tarde a las clases, algo que no era frecuente en él, e incluso empezó a ausentarse de la escuela. Aunque el problema de bullying se resolvió y se tomaron medidas correctivas, él ha cambiado mucho.

En mi primer año de secundaria conocí a una amiga muy especial llamada Gabriela, también estudiante del Instituto Nacional. Ella es de otra comarca de Darién, Guna Yala, y me enseñó mucho sobre su hermosa cultura originaria, como sus cantos, bailes, artesanías, vestimenta y comidas. Fue una experiencia realmente hermosa e interesante aprender sobre nuestras raíces.

A Gabriela siempre le gustó interpretar una canción de cuna en su lengua natal; no recuerdo muy bien su nombre, pero era muy bonita. También me enseñó cómo hacer pulseras que forman parte de su tradición. Tristemente, por asuntos personales, tuvo que retirarse de la escuela y regresar a su comarca natal, y no he podido verla de nuevo, pero no la olvido.

Es triste saber que en nuestro país los pueblos originarios sufren tanta discriminación, cuando ellos son una de las razones por las que Panamá es tan bello y diverso. Es injusto que, por lucir de cierta forma, sean objeto de críticas y burlas. Debemos educarnos y aprender a aceptar nuestras diferencias, que son lo que nos hace un país único y multiétnico.

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